Recuerdos de primaria

Hoy recordé, gracias a mi hermana, uno de los momentos lúcidos del pasado. Iba en cuarto de primaria; en ese entonces mi vida era feliz. Usaba calcetas café, y no huía de la resolana que cubría el inmenso patio. En los recreos -por que en ese entonces aún no eran recesos- salía del salón y compraba dos pesos de palomitas con mucha salsa para compartir con mis amigas. A veces jugábamos Basketball o nos volvíamos Cheffs veganas haciendo tacos de hojas; las cuales cortábamos en un tronco que se parecía mucho a la tabla de picar de un taquero.

El día nunca pasó lento. El sol siempre marcaba la hora, y cada vez que la luz caminaba hacia el jardín trasero y abandonaba las canchas: sabía que quedaba poco para salir, comprar algunos chuches y partir a mi casa contestando las preguntas de mi madre y compartiendo las aventuras del receso con mi hermana.

En la salida de la escuela había un muro de padres ansiosos, rodeados por un frente de puestos que representaban la recompensa de la jornada escolar de algunos. De un lado había un puesto con artilugios curiosos que las niñas compraban y presumían al siguiente día: gomas en forma de lapicero, sacapuntas con goma y escobita, puntillas, juegos de geometría con ositos, entre otras cosas. También vendían frituras y unas bolsitas con hielo de sabor llamados "coquitos". Había un brincolín, además de un espacio vacío que se ocupaba los viernes con el señor de los elotes, un puesto de chicharrones preparados y a un lado: la competencia.

Entre el puestos de hotcakes y el transporte escolar estaba el puesto de una viejita. Ella atraía con la ternura. Su puesto era una mesita plegable chiquita, una canasta de mimbre cubierta con una de bolsa de plástico azul para no dejar escapar el calor y otros dos botecitos donde guardaba salsa y lechuga. Usaba un vestido largo descolorido, unos zapatos de piso negro con un poco de tierra, un babero azul o rosita y una cola de caballo que se aflojaba un poquito. La señora vendía unas quesadillas de col chiquititas, las servía en un pedazo de papel estraza. Además de la col, les echaba mucha lechuga y salsa al gusto. Aún recuerdo el sabor y la alegría que sentía porque no sólo era feliz en la escuela, también era feliz afuera. Si alguien me preguntara a que sabe mi infancia, le diría que sabe a quesadillas de col de a $1.50 cada una, sin olvidar las rebanadas de sandía.


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