El paso de vida.

Individuos perecen a manos de la soledad intocable. La muerte les sucede a ellos pero no a su entorno. El señor que le hacía la peluquería a mis mascotas vivía sin compañía humana, pero le rodeaban al menos cinco perros. Yo sólo fui consciente de su existencia cuando lo necesité y alguien lo recomendó. Cuando pasaba por su casa sabia que ahí vivía el señor de los perros y automáticamente me cuestionaba qué día llevaría a los míos para un cambio de imagen. Su vida era algo seguro en el camino que andaba diariamente. El hecho de no pensar en la próxima visita no era sinónimo de declarar su muerte.

Uno siempre está seguro de la vida de alguien. Cuando un ser querido toma la siesta y lo vemos al día siguiente recostado, le creemos vivo incluso sin acercarnos, sin confirmarlo. Es por eso que la muerte durante el sueño puede aumentar la vida del sujeto en el ojo de quien le mira. Hace tres semanas mientras calentaba las tortillas, recibí el aviso de su muerte. Entonces pensé en el tiempo que el señor pasó enterrado en el olvidó y del tiempo que siguió vivo sin que su existencia cruzara mis pensamientos. La seguridad en la vida es lo que hace duro el golpe de la muerte. Hoy, por ejemplo. Mi padre subió por sus cosas mientras yo me encontraba "dormida". Él pasó por el cuarto y, como si afirmara su propia vida, siguió el camino en el que cada paso descartaba mi muerte. 

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