El colapso.

Pérdida de la conciencia en la vida inconsciente llevada por un cuerpo con vida. Subo a la bicicleta, hago del trayecto un monologo obligado. Bajo, cruzo la calle y ahí en la única esquina con luz levanto la mano, y el transporte que me lleva siempre al mismo destino pero que nunca es el mismo, me hace la parada.

Antes de subir, siempre espero que el lugar en el que iré sentada sea bueno y por mi mente siempre pasan pensamientos siniestros que al momento de ser concebidos deseo desechar. Al llegar al primer destino, el trayecto que hay entre él y la entrada al nuevo el tiempo se vuelve infinito y cada paso pesa más en el costal del cansancio que cargo día a dia.

El metro, el autobús, la escuela misma se vuelven estaciones de paso obligatorias donde suben personas valiosas, pero que transbordan a otra linea. Hay 21 estaciones de un camino a otro, y son tres líneas las que he terminado de recorrer sin rechistar y que parecen no llevarme más cerca del destino, del objetivo de mi vida. Lo único que hacen es gastarme los años y traerme a colación pensamientos que no me caben en ningún lado.

Todo me acosa, todo me persigue. En la noche, en la mañana. Cuando duermo y los sueños parecen una tierra deshabitada que me llaman a quedarme y hasta en los libros hay pasajes que me recuerdan no ser nadie; todo lo que pienso ya fue dicho por alguien. Todo se vuelve símbolo de la tragedia y de la verdad que encuentro y me rehuso a abrazar. Veo a todos lado, sólo encuentro metas muertas y la triste perspectiva de que algún día adoptaré ese estado.

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