La semana de la incertidumbre.

El sábado estaba en la duda, ¿al aventarme al precipicio se me iban a romper primero las piernas o la cabeza? Como todo ser racional y científico, antes de lanzarme y evaluar las posibilidades de forma empírica, me puse a pensar como maldita enferma, creando cálculos inaginarios y finales casi absurdos. En uno de ellos me encontraba con una rama que me sostenia y me arrastraba a una cueva para no salir nunca más, de alguna manera me volvía insuficiente y mi falta de visión, que algún día me condeno, fueron la raíz que me mantuvo viva en un lugar en donde ni siquiera me acompañaba mi sombra, sin embargo estaba consciente de que eso no pasaría en una de un billón de posibilidades. 

Ya no quedó de otra más que aventarme, sabiendo que lo único que podía perder era la vida y ni siquiera sabía el motivo para tambalear en la orilla. El momento llegó, ahí estaba yo con el miedo de todos los siglos acumulado, explotando como mil soles, corriendo de un lado a otro cual péndulo, hasta que una nube cubrió la luz y el miedo, siguiendo a mi destino inexorable me inclinó hacia el frente y me desplomé, esperando no fuera tan doloroso el experimento.

La caida fue espléndida, el aire en la cara que no te deja respirar, de pronto te quedas mudo, los gritos ya no se escuchan, viene una ola de preguntas que no se saben responder y crean nuevas que te azotan a la par del aire como tabiques: "Idiota, imbécil, estúpida", ya no hay palabras para insultarte, mucho menos para maldecirte, todo por una conjetura que a fin de cuentas no ayuda en nada y no responde a un fin. Solamente deseaba tocar el suelo en ese momento y dejar de pensar, ya no había nada que hacer.

No fueron las piernas, no fue la cabeza, fue todo. Me rompí de todo al mismo tiempo, no me quedaron manos para apuntar las conclusiones de la hipótesis, no me quedaron piernas para levantarme e irme de ahí, ya no tenía pecho ni aire para insultarme por última vez, y por supuesto, ya no tenía cabeza para recordar el motivo del experimento. Ya no tenía nada, me quedé como bocadillo para los buitres, sin una mano, sin una cuerda, sin nadie al final del abismo,nadie pidiendo auxilio o quién me regalara una bocanada de aire para decirle "gracias" por su intento.

Al final era sólo yo y nada más...

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